Julius D.
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Algún bar de Londres, Inglaterra — 1990 d.C.
— ¿Está seguro, capitán? — las voces de varios de sus tripulantes se hacían escuchar en la oscuridad de las calles de Londres. Los ojos del masculino, con una altura prominente y una figura larguirucha, se mostraban bastante serenos e indiferentes entre tanta alegación. Quizás no estuvieran de acuerdo con las palabras ni las decisiones de aquél, pero sin embargo tampoco daban por sentado en la capacidad de contradecir al individuo que caminaba lentamente por delante detrás de todos. Era su capitán, después de todo.
Sus decisiones no solían ser inconscientes, todo lo contrario: cada acción, y según la verdad sobre el tema a nivel científico – en la actualidad –: toda acción conlleva en sí misma una reacción igual con igual magnitud e igual dirección pero de lado opuesto. Las mujeres que había dejado ir eran rehenes de un barco pirata que se había atrevido a atacarle con intenciones claras: cobrar su recompensa y con ella pdoer quitarse aquellas míseras chirolas que habían puesto por la suya pagando una cantidad o menor a la cifra estipulada. Esa era la manera en la que muchos piratas deseaban recuperar las vidas que habían perdido una vez partieron al mar. Ah, qué estupidez. ¿Acaso no habían salido al mar con intenciones de enriquecerse o encontrar aventuras? Entonces, si la respuesta era negativa, no deberían de continuar con aquellas claras intenciones de acabar con aquellos perro no por simplemente reducir competencia, sino por el placentero derecho de destruir a aquellos que claramente no se encontraban realmente capaces de hacerlo por su propia cuenta; en caso de que existiese una respuesta afirmativa lo que daría sería por su parte el deseo de acabar con sus seños ye esperanzas.
— Capitán, parece que el ambienten sí mismo está bastante calmo, ¿no es así? — y en efecto era alarmante que el silencio de aquél lugar no tuviese tales gritos y melodiosas, pero poco afinadas, canciones típicas de un bar al que acudían mayoritariamente piratas. Lo que no cambiaba eran aquellos borrachos durmiendo, inconscientes, en la puerta o en una de las salidas traseras del negocio, a un lado de la fachada en sí misma, casi que queriendo dejar en claro cuál lera el más concurrido de todos ellos.
— La casa invita hoy, capitán D. — apenas entrar fue una fémina que se dirigió a ellos, hablando quizás en vos baja para no anunciar el nombre de quien había llegado. No era difícil igualmente reconocerlo, después de todo en las paredes de aquellos lugares se encontraban los clientes ‘recurrentes’ y entre ellos aparecía el cartel de ‘Se busca vivo o muerto’ de aquél hombre. Sin embargo el despiste era variado y quien no se hubiera percatado quizás hasta se regeneren un par de broncas, que vamos éstas peleas siempre resultan típicas en lugares como aquél. — En ese caso trae lo de siempre para cada uno. — indicó tras recurrir a la misma mesa de siempre. En una de las esquinas, acompañado de algunos pocos de sus más allegados subordinados (más bien del grupo que se encontraba más alto en la lista de autoridad), fue Julius quien se echó en el centro de aquél mullido sofá y levantó sus piernas. Los pies, cruzándose, terminaron sobre la mesa de madera redonda con un grosor bastante notable y sus brazos, casi que optando por una comodidad igual o mayor, se descansaron a lo largo del respaldo.
Antes de que alguien se diese cuenta era una chica de baja estatura, que no superaba el metro y medio, pero con una figura curvilínea bastante atractiva a la vista se acomodó a su lado. Nadie la había visto llegar, pero tampoco ninguno de los hombres que lo acompañaban se atrevía siquiera a mirarla; sin aviso alguno, los brazos de aquella rodearon la parte baja del torso masculino, abrazándolo. — ¿No estás tomando demasiadas libertades? — inquirió casi al aire, sin realmente llegar a importarle en realidad lo que aquella ‘joven’ realizaba. Tan solo esperaba a la llegada de sus bebidas.
Notaba la tensión del ambiente, pero desconocía en realidad la razón. Algo había allí, ¿o quizás alguien? Lo que cabía aclarar era que en realidad no todo estaba como siempre, al menos no a como estuvo hacía unas semanas cuando visitó por última vez el local.
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