Act #1; a new world {Libre}

El enfrentamiento con aquella diosa se había vuelto bastante difícil. Diferenciar el tiempo que había estado combatiendo no era algo de lo que fuera capaz, ¿horas? ¿Minutos? ¿Días? Se había perdido en aquél encuentro, incluso cuando había comenzado con sus compañeros y ahora estaba únicamente él de pie. Sí, Tang había alcanzado un nivel que ninguno de sus amigos – y por razones más que lógicas –, ya que el estado de bendecido que había logrado no era algo que alguien fuese capaz de alcanzar ni en cien mil años.

El Martillo Hao Tian en su mano izquierda fue sujeto por ambas extremidades al momento en que Ráksasa se abalanzó sobre sí. El choque de armas espirituales ocasionó, así, que fueran exclusivamente los dominios los que se interpusieran en el encuentro físico del arma para con el cuerpo adversario. Él no era un demonio, sin embargo se estaba enfrentando a un ángel de seis alas, a un arcángel si se lo llevaba a una escritura más actual. Los choques de las divinidades tan solo ocasionaron así una explosión y fue el grito de Ráksasa lo último que escuchó, su quejido para ser más exactos.

Sin embargo todo se volvió negro de un momento a otro, una especie de penumbra envolvió el ambiente y algo se encargó de succionarlo desde lo más profundo de una especie de agujero negro. Una puerta, tal vez, una entrada a algo más que realmente no sabía qué era, ¿acaso había perdido? ¿Sería posible que tras obtener los dieciocho anillos de más de cien mil años y aquellos dos anillos de deidad, no fuera capaz de hacer frente a su rival? ¿Incluso tras haber pasado por los nueve exámenes del Dios del Mar?


— ¡XIAO WU! —

Silencio. Nadie respondía a sus llamados constantes respecto al nombre de aquella persona y esto era lo que ocasionaba una serie de sensaciones extrañas dentro del cuerpo de Tang. Desesperación, miedo, dolor, angustia. Cada uno de los sentimientos comenzó a envolver las extremidades de nuestro protagonista hasta alcanzar la zona torácica del mismo, dejando que su corazón fuese el último punto en ser golpeado, ¿y la razón? Totalmente desconocida. Sus sentimientos hacia aquella eran puros y, sin embargo, el ambiente del que venía era el que potenciaba drásticamente sus propios sentimientos.

En el momento en que sintió aquél golpe en su pecho, sus ojos se abrieron de par en par. La presión que invadía su cuerpo poco a poco comenzó a expandirse por el ambiente liberando así su dominio infinito, permitiendo así que las hierbas azul plateado de las cuales descendía comenzasen a crecer en su fase más pequeña, casi cuales brotes en un amplio espacio que rondaba los cincuenta metros de radio. Asimismo, de igual manera, la onda expansiva generada por aquello se extendió incluso varios metros más aunque sin realmente saberse calcular cuánto.

Poco a poco, casi que brotando desde la copa de su cabeza, una serie de anillos rojos comenzaron a aparecer y a crecer alrededor del muchacho de cabellos azules. Hasta quedar en la base de sus pies, los carmesíes aumentaron en cantidad hasta un número igual a dieciocho, siendo el décimo noveno, y el vigésimo, de una tonalidad azul dorada.

— Mis fuerzas siguen igual. Incluso mi poder espiritual se ha reestablecido. — la mente de Tang parecía funcionar incluso de manera normal a pesar de la situación en la que se encontraba y esto era, sin duda alguna, gracias al entrenamiento que había recibido con su tía en el Pabellón Lunar. — ¿Ráksasa fue derrotada? No... escuché su voz tras la explosión. — con sus brazos extendidos, la figura espiritual del tronco superior de Tang, la consecuente verdadera forma de su Martillo se hizo presente: una inmensa imagen propia de tonalidad azul transparente imitaba sus acciones, siendo casi seis veces el tamaño del masculino en altura.

Fue eso, la liberación de su poder, lo que con el paso de los segundos comenzó a calmar su desasosiego. Poco a poco las hierbas azules que habían crecido en un instante regresaron a la tierra casi como si nunca hubieran estado allí, y fueron sus manos las que regresaron a los lados de su cuerpo durante un momento para poder así apaciguar la energía que lo desbordaba. Los anillos volvieron a fundirse en su cuerpo y la figura gigante, más bien la mitad de ésta, desapareció totalmente para regresar el ambiente que lo envolvía a la normalidad.

— ¿Dónde estoy? — esa era la pregunta que transmitía a través de sus ojos volviendo éstos hacia los alrededores. Era una especie de parque sí, no podía evitarlo ni negarlo, y sin embargo no era uno que reconociese. Incluso más allá de éste, al parecer ubicado en el interior de una ciudad, tampoco era una que se pareciera a ninguna vista en el Imperio Tian Dou. Una de sus manos fue llevada lentamente hasta su barbilla con la intención de analizar un poco más aquella situación, mientras que la zurda finalmente fue alzada sobre la zona de sus lumbares, casi como que descansando mientras sus pasos se hacían zona en la oscuridad de aquella noche.

Aunque en su mirada se mostraba serenidad, podía percibirse que por el brillo de sus ojos algo realmente no estaba nada bien. Era en consecuencia de sus sentimientos que los anillos de Tang enloquecieron, envolviéndolo casi de manera completa; rojos y dorados, más de cien mil años y hasta bendecidos por los Dioses de su mundo, los anillos giraban cuales engranajes tomando el cuerpo masculino como eje central y paseando cuales órbitas a su alrededor. A pesar de su condición trataba de controlarlos, ya que era bastante consciente de que podía ocurrir algún tipo de catástrofe si aquellos comenzaban a desprender la energía vital de la que estaban hechos.

Pudo sentir, como consecuencia de la extrema sensibilidad en la que se encontraba, algunos pasos dirigiéndose hacia su persona. Esto generó, casi que automáticamente, que cerrase un momento sus ojos los cuales se habían tornado totalmente carmesíes. Un dibujo en sus irises y pupilas en forma de emblema fue lo que se pudo apreciar antes de que se perdieran bajo sus párpados. Un viento gélido era emanado desde su posición, pero poco a poco el mismo perdería su fuerza con el objetivo de evitar aquella expulsión, más bien aquella elaboración de una zona muerta. — Contrólate. — resonaban las palabras en su mente a medida que procuraba bajar la agitación de su respiración.

Algunos segundos transcurrieron antes de que los anillos volvieran a una posición paralela; todos alrededor de Tang bajo sus pies. Poco a poco, con una respiración serena, el peliazul finalmente pudo comenzar a abrir sus ojos para poder clavarlos en la figura que se parecía acercar desde entre los árboles.

— ¿Dónde estoy? — a pesar de todas las posibles preguntas que fuera capaz de aglomerar en su mente, aquellas fueron las únicas dos palabras que tuvo la capacidad de pronunciar antes de prestar atención al individuo en cuestión. ¿Qué clase de idioma había sido ese? ¿Algún tipo de rúnico antiguo? ¿Era humano? ¿Y por qué sus orejas eran puntiagudas? Tang desconocía realmente aquello, ya que básicamente no existían nada más que humanos o seres provenientes del mismísimo mar como consecuencia – algo que pasaba en la Isla del Dios del Mar, casi que exclusivamente –.

— Buenas noches. — mostró la mayor cordialidad posible frente al desconocido, ofreciendo una pequeña reverencia con su mano derecha a la altura del pecho para mostrar que no era alguien hostil. — Me gustaría saber dónde estoy. El nombre de éste lugar... ¿y dónde está Ráksasa? — esa parte era la que más le importaba. Básicamente porque si no se encontraba allí, entonces estaba en otro lugar, ¿y dónde podría ser eso? Pues aquella pregunta era algo que ni siquiera él podría llegar a responder. — Me llamo Tang San, patriarca de la secta Tang. Dou Luo nivel 100, tipo control. — aquellas palabras fueron enunciadas de manera suave, manteniendo en todo momento su cordialidad. Aunque acostumbraba exclusivamente enunciar su arma maternal, se había adaptado tanto al rol que la misma le ofrecía, que prefería guardar el secreto de su arma espiritual secundaria.

¿Elfo? ¿Bosque negro? ¿Nueva York? ¿Central Park? Había recorrido todo el mundo, de manera literal, para encontrar la manera de salvar a Xiao Wu cuando ésta necesitaba recuperar su forma humana. Las palabras de joven en relación a lo que parecía significar su ubicación, un lugar que aparentemente no estaba dentro de los planos del mundo que conocía. — Así que también es un rey. — observó tras la presentación del contrario. A pesar de que no lo podría aparentar, o tal vez sí, él ostentaba el título de Rey Lan Hao heredado de su padre como el regente más poderoso equiparable a la altura del rey de su imperio.

Aunque aquellos detalles eran de poco interés, o quizás efímera importancia, recordaba aún ese día. Había obtenido un discípulo casi que por compromiso, y un título que lo ponía en una posición alta dentro de su tierra natal. — ¿Elfos? Solo conozco la existencia de tres razas: humanos, divinidades y demonios. — mencionó aquello alzando lentamente su mano izquierda hasta la altura de su mentón. Acarició aquella de manera suave, entrecerrando la mirada al mismo tiempo, casi que demostrando la falta de conocimiento respecto a lo comentado por el otro. Lo cierto era que, gracias a aquellas palabras, estaba comprobado que no se encontraba realmente donde debería – o dónde él creía que debería – de estar.

— ¿Y el Imperio Wuhun? ¿Tian Dou? — estaba totlamente desconcertado al respecto. Consciente, sí, de que ese no era su mundo porque al fin y al cabo la secta Tang había sido formada varios años atrás y, aunque suene poco humilde, se había formado su renombre ya a nivel mundial.

— Por cierto, soy la segunda. — mencionó haciendo referencia al orden de las razas mencionadas anteriormente. No quería irse mucho del tema, al menos no sin antes responder las preguntas que se le habían generado. Después de todo no tenía absolutamente nada que ocultar. ¿Acaso debía de demostrarlo? ¿O solo su palabra era suficiente? De sus labios un débil suspiro se hizo presente mientras cerraba la mirada algunos segundos, siendo allí cuando todo comenzó. Abriendo sus ojos de par en par, de manera lenta, una especie de luz dorada comenzó a ser emanada desde el interior de su cuerpo hacia el exterior; a su espalda la sombra azulada de un individuo masculino ostentando un tridente y una corona fueron las únicas cosas que se pudieron apreciar. El Dios del Mar, Poseidón, reflejaba que aquél individuo era su heredero; ¿sabría su interlocutor sobre la figura? ¿O serían sus conocimientos respeto a aquellos temas tan cerrados como los de Tang respecto a lo dicho por el contrario algunos momentos atrás?

Lo cierto era que a pesar de todo, las palabras del contrario no eran del todo ciertas. No era la primera vez que visitaba la ciudad, era la primera vez que visitaba aquél mundo en particular; lamentablemente, ni siquiera Tang era consciente de cómo es que había podido suceder. ¿Tal vez producto de lo que el otro había llamado hechicero? ¿Qué significaba eso? ¿Y sería posible entonces revertirlo? ¿O tan siquiera ser capaz de ayudarle a encontrarla a ella?

Ella.

— ¿Por casualidad no ha visto a una joven de cabello castaño, una trenza excesivamente larga casi que llegando al suelo y unas orejas de conejo? — inquirió. No es que se hubiera olvidado, ni mucho menos. Es más, podría olvidarse de cualquier cosa – aunque esto de por sí es extremadamente difícil – antes de olvidarse de ella o de algo relacionado con la misma.

¿De dónde proenía? — Entonces estoy en otro mundo, ¿u otra dimensión? Dicho eso, ¿existen las dimensiones? — no estaba totalmente seguro, sino más bien estaba buscando respuestas en las palabras del contrario. A diferencia suya, el individuo de raza élfica parecía tener ciertos conocimientos más amplios de su alrededor y tal vez, por ésta misma razón, tuviera acceso a las respuestas que él en esos momentos parecía estar buscando. Lo cierto es que no se parecía en lo más mínimo al imperio del que provenía; tampoco parecía siquiera tan cerca de la existencia de las criaturas milenarias que conocía.

Su sorpresa se hizo quizás un poco mayor cuando los nombres se hacían desconocidos, los de las mayores potencias políticas y militares del mundo en cuestión – al menos del suyo, en realidad –. Tang estaba totalmente confundido, perdido, desorientado. A pesar de que sus ojos reflejaban total serenidad, incluso calma y sinceridad al hablar, los movimientos de sus manos al pronunciar o pensar respecto a lo que recibía como información estaba ocasionando que él, en lo más profundo de su ser, mentalizara cuáles eran sus posibilidades.

El hecho de que lo tratasen como una divinidad, o deidad, de dónde provenía no implicaba que allí sucediera igual. Incluso la figura de Poseidón había sido olvidada con el paso del tiempo, o al menos aquel otro individuo hubiera sido capaz de reconocerla. ¿O es que siquiera existía aquél Dios de los Mares en su mundo? Entonces... ¿qué era él? ¿Cómo podría ser catalogado? — Y si ahora ya no son considerados mitos, entonces ¿qué se consideran? ¿Dioses? ¿Seres divinos? ¿Celestiales? — ¿Principado? Fue esa la palabra que hizo aparición en su mente y ni siquiera sabía en realidad la razón. Quizás estuviera jugándole una mala pasada, pero la información que el otro parecía estarle ofreciendo le ayudaba a organizar una maqueta respecto a la organización mundial de lo que parecía ser su nuevo, y actual – valga la redundancia –, presente.

Las palabras del otro en relación a la posibilidad de la ubicación de la fémina se hicieron un tanto toscas en su mente. Durante un instante su puño derecho se cerró y, en consecuencia, un aura totalmente frívola y asesina comenzó a emanarse desde lo más profundo de su corazón. ¿Cómo que tienda de pets o mercado negro? — ¿Xiao Wu... una... esclava? — repitió en voz baja volviendo su mirada hacia el otro; sus ojos se habían tornado rojos durante un momento y parecían incluso emitir un destello de fuego, sin embargo el ambiente había bajado varios grados la temperatura alrededor del principado. Podía notarse, aunque no escucharse, como apretaba los dientes en pos de mantener su postura, más esto resultaba bastante difícil en realidad ya que la mera idea de aquello le hacía hervir la sangre.

— Ge, cálmate. — podía escuchar la voz de la chica en su mente, casi como si estuviera allí presente. La añorada caricia de su mano sobre su mejilla así como la falta que le hacía, y aún recordaba, de aquellos brazos envolviéndole con dulzura. El calor de su ausencia era rememorado por el cuerpo masculino y ésta era la razón por la cual simplemente apaciguaría su posible malestar. Claro que no, sin antes, verse en la necesidad de cerrar durante unos instantes la mirada.

— Lamento mucho lo que tuvo que presenciar, señor Finrod. — una ligera reverencia se hizo presente acompañando las palabras pronunciadas. Entre tanto su mano derecha se alzaba, aún en forma de puño, hasta la posición izquierda de su pecho para mostrar la sinceridad de sus palabras. — Pero debería dirigirme rápidamente a uno de esos... lugares. Debo liberarla, no merece estar en un lugar así. — se mostraba serio, con una tonalidad bastante diferente a la que pudiera haberse escuchado anteriormente. No es que hubiera dejado de ser formal ni mucho menos, pero a diferencia de antes ahora estaba totalmente centrado en descartar la idea que el otro le había ofrecido. Después de todo, de ser así, solo quedaba destruir cualquiera de los dos locales para poder liberar a su prometida.

— Es comprensible. — mencionaría aquello en relación a las palabras pronunciadas por el otro respecto a la posibilidad de otros mundos. Sin embargo habían muchas cosas que allí parecían indicar que no estaba en el suyo: comenzando por el hecho de que no sentía aquellas presencias que indicaban la existencia de criaturas milenarias, aquellas bestias de las cuales tomaba los anillos que potenciaban sus propias capacidades. — ¿Entonces no utilizan las almas de criaturas para aumentar su fuerza espiritual? — cuestionó con cuidado mientras llevaba una de sus extremidades hasta su propio mentón con la intención de sugestionar a su propio cerebro. Quería activarlo para que comenzara a recibir cualquier tipo de estímulo con el fin de analizar todo, absolutamente todo lo que pudiera respecto de lo que lo rodeaba. Incluso de lo que el otro estaba ofreciendo como información así como respuestas.

— ¿Y cómo se vuelven dominados? — aunque sus palabras sonaron un poco más bajas, fue aquella pregunta quizás la que se hizo más a sí mismo que a su interlocutor. — ¿Dou Luo? ¿Niveles de alma? — vamos, que Tang estaba procesando poco a poco aquella información. Por más que demostrase tener rápida comprensión, a decir verdad podía llegar a ser algo chocante el hecho de que todas sus enseñanzas simplemente no tenían ningún tipo de fundamento o función en aquél lugar. Sí, efectivamente era capaz de emplear sus propias habilidades, incluso sentía la energía de cada hueso espiritual dentro de su cuerpo así como también el poder de Poseidón, el Dios del Mar, dentro de su cuerpo. Incluso Asura, el dominado de la Muerte, aún residía en su interior y por ésta razón estaba totalmente consciente de que sí era capaz de emplearlos; además ya había sucedido momentos atrás, que en un leve descontrol tanto el uno como el otro habían demostrado sus campos de control.

— Entonces los Dioses son meros mitos para los humanos, ¿no es así? — y allí mismo se encontraba alguien que era considerado un Dios en su mundo. Heredero de Poseidón, dominado de Asura, habiendo alcanzado el nivel máximo para un humano – dígase el nivel 100 de cultivación –; Tang no podía catalogarse a sí mismo sino como un individuo por encima de aquello que era tachado como divino, al menos a nivel ordinario.

— ¿La isla del Dios del Mar? — quizás aquella pregunta sonase tonta, pero en realidad estaba interesado en conocer al menos cualquier mito que pudiera llegar a existir respecto a aquello; a decir verdad era una mera leyenda en su propio mundo, pero quizás sí existía o había algún tipo de referencia – o relación – sobre la misma para dar a entender las diferencias entre ambos universos.

Hizo una ligera pausa antes de continuar, analizando la situación y sus posibilidades.

— En ese caso asistiré primero a la tienda de la que mencionas y procuraré allí se encuentre mi Xiao Wu. — aunque tras decir aquellas palabras sus ojos se entrecerraron con cuidado; la tonalidad tan tranquila y brillosa de sus ojos se tornó un tanto más fría y seria. — Si llegase a ser tratada de esclava... — y en consecuencia su puño volvió a cerrarse con algo de seguridad. — ... lo lamentarán. — advirtió finalmente.

El hecho de escuchar aquello de por sí ya le molestaba. ¿Comprarla? ¿Cómo si fuese una mera mercancía? — ¿Qué clase de mundo vende personas como si fuese...? — ¿ganado? Quizás no era la palabra más adecuada, pero tampoco podía considerar decir algo más al respecto. Hizo silencio finalmente. No es que tuviera mucho más que decir sobre el tema, y la preocupación respecto a su prometida ocasionaba que simplemente no tuviera ningún tipo de plan en mente como para poder proseguir.

— Sí, Poseidón. — al menos el nombre del Dios sí era el mismo, ¿acaso no implicaba algún tipo de relación respecto a su mundo con aquél? ¿Y si en realidad se trataba del mismo mundo? Ahora, nuevamente, las interrogantes comenzaban a aparecer en la mente del masculino ocasionando que de ésta forma fuese su ceño el que se frunciese de manera casi automática. ¿Y si no se trataba de una dimensión sino un tiempo erróneo? ¿Quizás el pasado? ¿O tal vez el futuro? — ¿Existe aquí el bosque Star Dou? — quizás comenzando con una pregunta respecto a la localización del lugar que más se conocía en su presente era la manera de apaciguar aquellas dudas; ya que si no saciaba las interrogantes que aparecían en su mente con la menor cantidad de preguntas terminaría recibiendo algún tipo de consecuencia mental imprevista.

— ¿Y tienes algún tipo de conocimiento respecto a la Secta Tang? — ¿secta? ¿Estaría realmente bien empleada aquella palabra? Por la forma de platicar del individuo en realidad podría hasta malinterpretarse, al menos debido a que algunos significados de aquella misma palabra implicaban algo más que la aglomeración de personas bajo un mismo ideal; algunas de ellas causaban estragos y daños a nivel global, o al menos así era con aquellas que formaban parte del Imperio Wuhun, — Organización, algo. — trató de apurarse a aclarar aquello, queriendo evitar algún tipo de malentendido. No estaba dispuesto a formarse enemigos apenas hubiera pisado tierra – literalmente hablando –, ya que aún había muchas cosas por realizar antes.

Quizás fuese aquello relacionado a la Isla del Dios del Mar que ofreció como información, tal vez el hecho de que se hubiera combinado con las palabras respecto a la situación de su amada. Pero todo aquello originó en Tang, al menos durante un momento, un malestar bastante interesante. — Si la Isla se hundió entonces no puede ser el mismo mundo, porque dejé la isla hace unos pocos meses. — o quizás más, pero sin realmente llegar a ser más de un año. Había alcanzado el estado de Dios del Mar y había heredado todo su potencial; incluso había logrado salvarla debido a formar el pacto acordado con Poseidón en tiempo y forma, antes de que se cumplieran los nueve años de exámenes – aunque en realidad lo hizo sobre la hora, por así decirlo –.

— ¿Débil? ¿Xiao Wu? — no pudo evitar dibujar una suave sonrisa al respecto. — A menos que esté sin energía espiritual, ella no podría perder un encuentro cuerpo a cuerpo con nadie. Incluso yo he tenido dificultades cuando se pone seria. — aunque también cabría aclarar que existían otras maneras de tomarla desprevenida, pero ninguna de ellas podría ocurrírsele a Tang en esos mismos momentos.

— Pero si has dicho que la fuerza rige en la ciudad, ¿entonces por qué no ir y tomarla si se encuentra allí? — no era débil y lo sabía. Confiaba ciegamente en sus capacidades incluso aunque estuviera en una realidad totalmente diferente a la propia. Era consciente y estaba seguro de algo: era poderoso, había alcanzado ese punto al que quizás casi ningún otro individuo hubiera llegado – hablando de los dominados que rozaban el nivel 99 –, incluso había superado más allá a aquellos que fueron tachados como prodigios y genios. Había heredado su voluntad y su poder, incluso el poder de dos entidades más que poderosas.

— ¿Serías capaz de enseñarme dónde se encuentran esas tiendas? O mercados, o lo que sea. — quería saciar sus dudas y aclarar su situación. Sentía, por alguna razón, que el alma de Xiao Wu estaba en aquél lugar; incluso que estaba en aquella ciudad, pero realmente no sabía dónde. Incluso su brazo izquierdo, más bien el hueso espiritual que se había unido a él cuando aquella se había sacrificado, se lo indicaba. — Te encontraré, Xiao Wu. —

Curiosamente podía verificar que las palabras del individuo respecto a la denominación de los lugares estaban totalmente notificada por carteles. Lo más peculiar de esto era, sin duda alguna, que podía leer claramente el idioma en el que se encontraba sin ningún tipo de dificultad. — Quiero creer que se debe a que empleamos el mismo idioma, porque puedo leerlo de igual manera. Además, está bastante claro que estamos platicando, por lo que no habría ninguna duda en corroborar que estamos haciéndolo en la misma lengua. — aunque a decir verdad tampoco podía negar el hecho de que todo se tratase de algún tipo de trastorno – aunque estaba mal dicho referirse a esto de aquella manera – sufrido por el viaje, el cual terminaba de manera consecuente en la capacidad de los afectados de comprender el lenguaje y el idioma del lugar de destino a pesar de que no se tratase del mismo que en el lugar de origen.

Aquella era una hipótesis que de momento podría sostener, aunque a decir verdad no estaba del todo seguro. Así como tampoco la razón de la misma ni porqué fue justamente en aquél golpe que sería definitivo para su objetivo, Ráksasa.

Nuevamente mencionaba aquella isla. — Atlántida, ¿no es así? — no era un nombre difícil de recordar a decir verdad, sin embargo el hecho de que estuviese perdida desde hacía tanto tiempo atrás solo dificultaba un poco las cosas. No estaba seguro de que fuera el mismo mundo del cual él provenía, e incluso con una leyenda similar tampoco podía estar seguro de que se tratase del mismo lugar – o uno relativamente parecido – como para poder obtener respuestas. Entonces aquello solo provocaba que los ojos de Tang se entrecerraran de manera cuidadosa durante algunos segundos; su mano se alzaría hasta su mentón para poder ofrecer descanso al mismo al momento de declinar un poco su rostro. Estaba pensando, en esos momentos tan solo pudo cerrar su mente durante unos instantes para mejorar su procesamiento de información y comprender cuál sería su plan de acción, al menos en esos momentos.

— Xiao Wu. — fueron las únicas palabras que salieron de su mente en ese instante. Las mismas llevaron a Tang de nuevo a la realidad y sus ojos se entreabrieron de par en par casi al instante. Ahora volvía a tocar el tema con el individuo, más bien ahora parecía ver que no debía de realizar ningún plan sin antes recuperar a la chica.

— En caso de que así haya sido, dudo lo haya puesto fácil. Y si la hirieron, yo mismo me haré cargo de esos cazadores. — claramente se había prometido no volver a permitir cualquier tipo de sufrimiento hacia la chica, y aunque no fuera su mundo ni conociera sus costumbres el hecho de que tuviera alguna herida solo conseguía desatar la furia del individuo. Lo cierto es que ella había alcanzado su mismo rango, aunque no el nivel acertado pero sí la fuerza suficiente como para ser considerada una de los siete pilares que protegían su isla – y dígase su isla porque Tang es el heredero de Poseidón –. Siendo así el caso, entonces también debería de analizar la capacidad bélica de quienes parecían estar capacitados para la captura de aquella chica, inclusive dispuesto a sacrificar todo una vez más por obtener la venganza que pudiese llegar a necesitar.

Los labios de Tang se curvaron con ligereza al escuchar aquella posible situación. Negó de manera sutil mientras realizaba una ligera reverencia. — No tengo intenciones de causar ningún caos, tan solo estoy dispuesto a matar, a quien sea, por el bienestar de ella. — así había sido desde que eran niños, y así sería hasta el fin de los días. Había superado la prueba de aquél Dios para obtener su poder, incluso había enfrentado a un Imperio completo junto a su secta tras lo sucedido algunos años atrás. — Sin embargo le agradecería me enseñase ese lugar en el que vive. Quizás comenzar por allí me resulte más sencillo; del mercado me encargaré luego. Mi dominio me enseñará el camino. — aseguró sin decir más, sin revelar ningún tipo de información y tan solo ofreciéndose dispuesto a seguirlo en el trayecto que tuvieran que realizar.

— Se lo agradecería, claramente. — en la mente de Tang, la idea de encontrar a su prometida era la prioridad absoluta luego de algunos instantes. Sí, quizás hubiera estado meditando al respecto cuál sería la mejor manera de afrontar al mundo en cuestión, quizás obteniendo información del mismo e incluso de lo que significaban las palabras que había utilizado el individuo relacionado a algo que también tenía un valor: el dinero.

— ¿Monedas de plata? ¿Oro? — inquirió de manera suave apenas gesticulando con sus labios las palabras. — Me refiero al dinero. ¿Qué valor tiene algo así? — y es que a decir verdad en el cinturón, el cual respondía al nombre de Veinticuatro Puentes de Luz de Luna – resultaba extraño, quizás, pero en el mundo de Tang así como en la cultura asiática era normal denominar los objetos cuyo valor era elevado y formaban parte de un legado familiar importante –, resguardaba una gran suma de dinero proveniente de su dimensión original a base de monedas de los materiales mencionados. De tamaños diferentes, algunas más grandes que otras en cuanto a las de oro, y prácticamente todas iguales las de plata, aquella era la moneda de cambio en cuestión de dónde provenía y con la cual se manejaban sobresalientemente.

— Volviendo al punto anterior, soy consciente de ello. — aclaró de manera simple. Sí, estaba en lo correcto, era bastante consciente de que subestimar a un adversario era un error fatal y es que él mismo lo sabía por experiencia propia. No se trataba exclusivamente de que él hubiera sido subestimado en el pasado – cosa que sí había pasado –, sino el hecho de que él mismo lo había hecho cuando intentó salvarla en una ocasión y resultó de la peor manera posible para ambos: con su muerte y la pérdida del alma de su amada, quien tuvo que también sacrificarse para que él mismo no tuviese que morir – aunque técnicamente lo hizo durante algunos minutos –. Sin embargo eso no quitaba lo demás. — Ambos alcanzamos el rango deidad, confío en que no fue capturada. Y si ese llegase a ser el caso, ¿cómo he de proceder? — inquirió entrecerrando los ojos de manera casi que sutil con un ligero y mínimo movimiento. No estaba cuestionando al otro, sino más bien saciando la duda ante una remota posibilidad.

En esos momentos su mente comenzaba a maquinar al respecto de dicha situación. ¿Y si lograba liberar su poder de tal manera que toda la ciudad fuera capaz de sentirlo? Bueno, en cierto sentido, si alcanzaba que la presión espiritual que habitaba en su interior llegase a toda aquella zona sin duda alguna ella misma sería capaz de percibirlo. Lamentablemente en esos momentos no era capaz de ello, consecuencia de aquella ruptura dimensional de la cual había sido objetivo antes le había dejado bastante baja su ‘energía’, por decirlo de alguna manera. Y por ésta razón la idea en cuestión terminaría siendo descartada. Tal vez si cultivaba un momento, podría recargar, pero tampoco estaba dispuesto a perder el tiempo teniendo quizás la solución al alcance de sus manos como la que le ofrecía el individuo en cuestión. Quizás, solamente quizás, tomaría aquella medida como alternativa en caso de que su primera parada en aquél nuevo mundo no tuviese el resultado que buscaba.

— ¿Estamos lejos de dicho lugar? — fue en ese momento que decidió comenzar a avanzar. Sus pasos eran lentos, quizás porque aún se encontraba un poco mareado por aquella aparición tan extraña que había recibido. Lo primero que hizo fue revisar que su ropa estuviera bien, ya que su cuerpo de por sí se había recuperado casi que completamente – al menos a nivel físico, claro – de las heridas que le había provocado el combate que había sido interrumpido algunos momentos atrás.

El temor de Tang era claramente que aquella fémina no estuviera lejos de ese lugar, incluso de que por alguna razón lo estuviese buscando y no lo encontrase. Pero de nada servía preocuparse demás en esos momentos, ya que alterarse no era ni la solución para él ni un método de búsqueda para saciar la ausencia de aquella joven en cuestión.